La pérdida de algo o alguien considerado importante y querido desencadena una serie de fenómenos emocionales, cognitivos, psicológicos, espirituales y conductuales que se viven de manera única y subjetiva, iniciando un tránsito por las diferentes fases del duelo.
Por Carolina Masson Manríquez, psicooncologa de la Unidad de Cuidados Paliativos del Instituto Nacional del Tórax.
Enfrentarse a un diagnóstico de cáncer puede originar un impacto vital tanto para la persona que lo experimenta como para la familia. La vida que se conocía hasta ese momento cambia, convirtiéndose en un estado de confusión y lucha, representada por el temor a perder lo más preciado que es el ser querido, con quién se ha construido una historia de vida y un vínculo afectivo de forma incondicional. Este sentimiento se vuelve aterrador y doloroso para quién lo vivencia, pues enfrentarse a una realidad desconocida, que contempla la posible separación definitiva con la persona amada, resulta algo abrumador.
El tener a un familiar con una enfermedad crónica grave supone un gran desafío individual y familiar, ya que implica un nuevo proceso de aprendizaje y adaptación que no solo se remite a la pérdida física que pueda ocurrir, sino que también, incorpora otros elementos vitales de pérdidas en el camino que provocan sentimientos de aflicción, impotencia, injusticia, tristeza, rabia, desesperanza, entre otros, asociados a estar perdiendo algo o alguien con un valor significativo.
Estas pérdidas se pueden traducir en limitaciones y cambios físicos, dependencia y cuidados del familiar enfermo, pérdida del rol, de la sexualidad, de la vitalidad, de la economía, de la familia, de los objetivos de vida, de las relaciones sociales, etcétera. Estas nuevas experiencias conducen a un desequilibrio en el doliente, dando origen a emociones significadas como dolorosas que varían de intensidad según la fase en la que se encuentre el paciente oncológico, su familia y el propio cuidador principal, suscitando un estado de incertidumbre, angustia y negación ante el eventual escenario del fallecimiento, teniendo que afrontar muchas veces este proceso en soledad.
Barrales (2012), hace referencia a la importancia que reviste contar con profesionales de la salud y programas especializados que permitan una intervención oportuna durante todo el proceso que vive la persona con cáncer junto a sus seres queridos, acompañando de manera integral al doliente en su proceso de duelo.
La pérdida de algo o alguien considerado importante y querido desencadena una serie de fenómenos emocionales, cognitivos, psicológicos, espirituales y conductuales que se viven de manera única y subjetiva, iniciando un tránsito por las diferentes fases del duelo.
Varios autores coinciden que el duelo debe mirarse como una reacción adaptativa natural de la existencia humana, que representa un hito vital altamente estresante y no una enfermedad o trastorno mental.
Habitualmente las personas le otorgan un significado positivo a la vida que va desde el nacimiento hasta el desarrollo de cada individuo, olvidándose o negando a la “muerte” como parte del ciclo natural de la existencia de todo ser viviente, pues “vivir o morir son hechos Inseparables”.
Esta negación o rechazo a la pérdida aparece fuertemente cuando un ser querido se encuentra enfermo, ya sea por creencias equivocas o por la connotación negativa que se le otorga, transformando algo normal en un tema tabú, asociado a un dolor implacable y eterno. Por esa razón “hacer el duelo” permite a la persona elaborar la pérdida de su ser querido en sus diferentes fases, incorporando nuevas estrategias de afrontamiento y recursos psico-emocionales para expresar la tristeza, temores, enojo, confusión, dolor, agotamiento, el vacío de la persona que ya no está y así con el tiempo poder restablecer el equilibrio propio y de la familia.
Autores como Grau et al. Camps et al. y Cabodevilla (2007; 2015): refieren que las etapas del duelo suelen ubicar al doliente en un estado emocional característico en cada fase, las que se viven de manera particular y subjetiva, y que no necesariamente seguirán un orden estricto, pudiendo repetirse las etapas más de una vez.
Por otro lado, cuando el proceso de duelo fracasa o no se elabora de manera adecuada por el doliente, puede dar inicio a un duelo complicado o patológico, que se caracteriza por la aparición de trastornos de salud, de conducta, afectivos y cognitivos, reprimiendo los sentimientos dolorosos, que conlleva a una reacción de duelo tardío, pérdida de las relaciones sociales, alucinaciones, identificación con la enfermedad del difunto, confusión, trastornos del sueño, de la alimentación y de la libido e ideación suicida, entre otras. Cuando esto ocurre, es importante buscar ayuda profesional que permita dar curso a un abordaje en la re-significación de la pérdida y un proceso normal de la vivencia del duelo.
Finalmente, la experiencia de perder a alguien significativo, representa un hito doloroso que engloba una serie de reacciones psico-emocionales que se manifiestan de manera particular en cada ser humano y que debe considerarse como parte de un proceso de adaptación y curso natural de la vida. Así, el modo de afrontar la separación con el ser querido, no tendrá una forma única, lo cual implica permitirse vivir el duelo de manera pausada, flexible y equilibrada, acompañándose de la familia en momentos de crisis, expresando el dolor al propio ritmo y tiempo, el cual puede ir sucediendo desde el diagnóstico de una enfermedad oncológica hasta el fin de la vida del familiar, esto con el fin de no experimentar un dolor invisible y oculto por temor a ser juzgado, sino por el contrario, hacer visible el dolor en todas sus formas y dimensiones que posee una persona que se enfrenta a una pérdida irreversible.
*Referencias: “Perder, sufrir y seguir: El proceso del Duelo”, de Jorge Grau