Para este paciente del INT el tema de la falta de órganos pasa por las familias y el entorno de quienes han planteado su voluntad de ser donantes, que finalmente son los que se niegan a ayudar.
Un resfrío. Luego un dolor de espalda. Así comenzó el calvario de Juan Navarro quien considera que su vida actualmente es un milagro, ya que pudo ser trasplantado de pulmón, gracias a la generosidad de una familia que sufría la pérdida de un ser amado, pero que pensó en aquellos otros que podrían vivir por ese gesto solidario.
Juan recuerda que cuando empezó a sentirse mal, con dolor, fue a la clínica y allí fue la primera vez que le sugirieron un trasplante, porque tenía una enfermedad sin remedio: fibrosis pulmonar difusa. “El hecho de que a usted le digan que va a morir con una enfermedad que no tiene remedio, que si no hay trasplante uno se muere, que las posibilidades de vida son muy pocas sin el trasplante y que desde el momento que la descubren son 3 a 5 años de vida, es complicado”, dice Juan.
Pero luego recuerda, “cuando me llamaron el día del trasplante fue como a las 4 de la tarde, que había un posible donante, fue algo extraordinario. Porque yo no me podía mover más allá de un 20 a un 30 por ciento. Yo caminaba un par de pasos y me sentía muy mal. Pero me cambió un 90 a 95 por ciento mi vida. Pude rehacer mi vida normal nuevamente”, cuenta agradecido y feliz.
En cuanto a la atención que recibió en el Instituto Nacional del Tórax, Juan Navarro dice que «he ido a otros hospitales y puedo estar toda la noche enfermo y no me han dado ninguna solución, pero llego al hospital del Tórax donde están, en este caso puedo decir, mis médicos, y la atención es extraordinaria”.
Finalmente, Juan recuerda que “a veces la paciencia se acaba y uno piensa que no va a llegar nunca (un órgano), pero siempre existe el milagro. Para mi, todo esto, ha sido solamente un milagro. Porque en este país es el entorno de los donantes los que se niegan. Si alguien está viviendo esto, que tenga fe, porque va a salir adelante”.